El señor Batista está solo y no lo siente. Batista no tiene familia. Ni amigos. Solo conocidos. Del trabajo, ya que no realiza ninguna actividad que pueda darle la posibilidad de conocer a nadie. Tal vez de vista, al encargado de su edificio, a algunos vecinos y a las chicas que atienden el Laverap de la esquina de su casa. También a la señora Angélica, dueña de un almacén, pero con la que nunca llegó más lejos de un, buenos días o va a seguir lloviendo, parece.

Batista casi no habla. Tiene un teléfono celular, pero suena sólo cuando lo llaman desde algún banco -usa sólo efectivo-, o desde una compañía telefónica para ofrecerle algún plan con descuentos, que rechaza educadamente. Batista tiene un dispositivo porque es inteligente. Usa la calculadora, consulta el clima y muy de vez en cuando para googlear, aunque él no use esa palabra.

Batista compra el diario y dedica la mayor parte del tiempo a la sección de turismo. Batista no viaja, ni tiene pensado hacerlo. Cuenta con el dinero, pero la posibilidad jamás cruzó por su cabeza. Estudia las características de los destinos, su historia y todo lo que se puede hacer, pero él no va a hacer. Contempla durante varios segundos los paisajes, la diversidad de geográfica que tiene el mundo.

Cada mañana Batista desayuna un café negro con tostadas y antes de salir, se asoma a la única ventana de su departamento, ubicado en un cuarto piso, de la zona más antigua de la ciudad, conformada por edificios bajos y algunas casas que sobrevivieron a la urbanización. Su departamento es cálido, prolijo. Fácilmente olvidable. La decoración y los muebles no pertenecen a ningún estilo. 

El trabajo de Batista está a veinte minutos en transporte público y su tarea es la misma que la de los últimos treinta años. Conduce el colectivo de un pequeño aeropuerto que traslada a los pasajeros desde la puerta de embarque hasta el avión y viceversa. Motivo por el que Batista ni siquiera tiene compañeros. Pasa las horas entre personas que llegan y se van.

No es fácil precisar la edad de Batista. Está entre adulto y viejo, y da la sensación que siempre tuvo la misma edad. Batista no festeja su cumpleaños, pero esa noche sale a comer. Se permite gastar algo más de dinero y pide entrada, plato principal y un rico postre que nunca termina. Batista vuelve a su casa y como cualquier otra noche mira la televisión. Prefiere el género de suspenso. No lo sabe, nunca se lo preguntó, ni se lo preguntaron.

Batista no es una persona triste. Batista tampoco transmite felicidad. Batista no se cuestiona, no se plantea, no racionaliza, ni subjetiva, porque Batista simplemente es. 

A Batista le gustan las mujeres, pero no conoce ni tiene relación con ninguna. Ignora si alguna mujer se fija en él. Batista no es una persona despistada, pero tampoco está pendiente de los demás. En el colectivo, cuando no mira por la ventana porque le tocó el pasillo, dirige la vista al piso. O a algún bebé o nene que llora o grita. Batista no se imagina con hijos. Batista solo imagina en sueños. Batista no se acuerda lo que sueña.

Hoy es lunes, otra vez. Siete y media de la mañana, camino al aeropuerto, Batista recibe una llamada. Le comunican que hay paro de trabajadores y que la medida es indeclinable por las próximas veinticuatro horas. Batista no visualiza lo que sucede del otro lado de la línea. Empleados de todas las aerolíneas conservan su existencia gracias a un mostrador y explican lo que un centenar de pasajeros no escucha, mientras reclaman, agolpados entre valijas que no van a ir a ningún lado. Por más que todos tienen razón, pierden todos.

En la cabeza de Batista solo hay lugar para una sola pregunta. ¿Y ahora qué hago?

Si no está en el trabajo, no sabe dónde estar a esta hora, un lunes. Batista se baja del colectivo. No recuerda la última vez que se sintió cómo ahora. Mal.

Apenas logra sentarse en el banco de una plaza. Batista está confundido. Por primera vez en su vida. Batista no conoce esta sensación y la confunde con un problema físico. Piensa en la posibilidad de ir a una guardia médica, pero después de unos segundos se da cuenta que no le duele nada. No tiene ganas de recostarse, ni tomar algo fresco. Batista no sabe qué le pasa. Batista no sabe qué hacer si no es Batista.