No puedo decirle al otro que tiene un moco a la vista. No me sale, no sé cómo decirlo o hacerlo notar. Me pongo incómodo, sufro por la persona. Casi que prefiero tenerlo yo.
Entonces empatizo y trato de no mirarla tanto. Ni al moco, ni a la persona que sin saberlo, lo tiene. Y lo peor es que sigue hablando como si nada estuviera pasando. Incluso diría que hasta con más entusiasmo. Como si el moco le diera energía. Un lamentable e inmerecido karma. Porque puede estar diciendo las cosas más inteligentes, pero todo se cae con su moco que no cae o no cayó. En adelante, me cuesta seguir la conversación. Aunque no lo mire, sé que está ahí. No me importa nada el moco, me incomoda la situación. No pierdo el respeto por la persona, ni el cariño, ni nada.
Puedo convivir con tu moco, seguir hablando como sin nada. Mientras no haya un tercero. Ahí, ya no tengo cómo ayudarte y te fallo. No te estoy cuidando. Y sé que es peor no avisarte, porque vas a seguir con el moco, pero te juro que no puedo. ¿Cómo te lo digo, «che, tenés un moco»? La respuesta es sí, pero hay algo que no me convence de la oración. «¿Querés un pañuelo?» «Y… no sabía que lo quería hasta que me lo preguntaste» me podés responder. Entonces, de idiota paso a más idiota.
En ocasiones, espero a que el tercero lo note y lo haga notar. Pero enseguida me atraviesa el siguiente pensamiento. ¿Qué tanta confianza tienen, el primero y el tercero? Y si primero prefiere que se lo diga yo y no tercero? ¿Y si tercero está pensando lo mismo que yo y entonces no al final no se lo dice nadie? En los siguietenes minutos observo mucho a tercero. Busco alguna conducta que me de la pauta que se dio cuenta de lo que está sucediendo. Alguna vez me ha pasado que con tercero hemos cruzado miradas y en silencio surgió la pregunta «¿se lo decís vos o se lo digo yo?» Y cuando tercero toma valor y lo nota, automáticamente tengo que alejarme, como si no estuviera en la conversación. Tercero con su mirada me castiga por cobarde.
Pero el problema no termina con solo mencionar el moco. Notar su existencia no logra su inexistencia. Hay que sacarlo.
Por lo que la verdadera incomodidad empieza cuando los tres estamos enterados de este gelatinoso cuerpo verde. Porque si no tenés pañuelo, vamos a tener que ver, cómo te sacás el moco y qué hacés con él.
(No me sueno los mocos con pañuelo en público, ¿cómo se que no quedó uno a la vista?)
Esta parte no solo es interesante, sino que también es lúdica, porque el dueño del moco tiene un solo intento para sacárselo y que pase, dentro de todo, desapercibido. Si no sale a la primera, el moco pasa a ser el tema. ¿Tengo que decirte que lo seguís teniendo? No nos hagamos esto, por favor. Y si me preguntás si lo seguís teniendo… ¿vas a volver a meterte el dedo en la nariz? En ese caso, mi recomendación es irse. Saludar, a la distancia, por supuesto e irse. Si del papelón no se vuelve, de tener dos personas diciéndote que todavía tenés un moco, directamente hay que escaparse. Ni siquiera hace falta poner una excusa.
No recuerdo haber pasado por esto, de que me lo hayan hecho notar. Quizás nunca tuve un moco a la vista frente a gente como tercero que no tiene problema en decírtelo abiertamente.
Lo que si recuerdo es creer que tengo uno. No encuentro un espejo o vidrio cerca para chequearlo y empiezo disimuladamente a despejar el área. Y así como no sé si lo tengo, tampoco puedo saber si me saqué algo que no tenía. Intento una o dos veces más y arriesgo que ya no esté. Repetir el gesto varias veces puede resultar peligroso. Por sospechar de tener un moco paso a sospechoso para el resto de ser un cocainómano.
Alguna vez fui al baño y frente al espejo pude ver la presencia de uno. La pregunta era sencilla, «¿apareció ahora o lo tuve siempre?» Repaso los últimos minutos, la conducta de con quiénes estuve. Busco en mi memoria algún gesto, alguna pauta suya… pero nada. Me alivio al pensar que nadie lo descubrió, lo saco… lo miro y pienso… qué loco, no? Con lo difícil que es ser uno, esta cosita verde tan chiquita tranquilamente puede cometer un asesinato social.
Deja una respuesta